Aquel gesto cambió la relación de los hermanos con el patito feo. Poco a poco fueron aceptándole, aunque tuviera las plumas oscuras, fuera más grande y menos ágil que todos ellos. De hecho, descubrieron que el patito feo podía ser muy divertido y que como era más grande que el resto, los demás patos de la charca no se atrevían a meterse con ellos.
También Tranquilo comenzó a sentirse a gusto con ellos, eso a pesar de que las diferencias entre los patitos y él eran cada vez mayores.
Un día, Tranquilo se despertó con los gritos de asombro de sus hermanos:
– ¿Pero qué te ha pasado? ¡Estás guapísimo!
Tranquilo se miró en el reflejo del río y vio que sus plumas oscuras habían dado paso a unas brillantes plumas blancas y que su cuello se había estirado.
Cuando Mamá Pato vio la transformación entendió lo que había ocurrido.
– Mi querido Tranquilo, tú no eres un pato, eres un cisne y aunque nosotros te queremos como eres, debes irte con tus hermanos cisnes.
Pero Tranquilo se había acostumbrado a convivir con los patos y se sentía uno más de ellos. También sus hermanos, aunque al principio les había costado aceptarlo porque era diferente, habían aprendido a quererle y no tenían ninguna intención de dejarle ir.
– ¡Quédate con nosotros! A nosotros nos da igual que seas cisne o pato. Para nosotros eres Tranquilo, nuestro hermano y lo serás siempre.
Tanto le rogaron, que el cisne Tranquilo aceptó y aquel patito feo (que nunca fue feo ni fue patito) se quedó con ellos para siempre.